Asociacion Alabarda
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- Jan 25, 2011
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Der Stern von Afrika (La estrella de Africa)– Hans Joachim Marseille.
La mañana del 17 de junio de 1942 jamás se borraría de los recuerdos del Sargento de vuelo Goodwin, del 73º escuadrón de la RAF.
Era aproximadamente mediodía, cuando sobrevolaba en su Hawker Hurricane Mk IIC en formación de círculo junto a otros once aparatos de su unidad la zona de Gambut, a poco menos de cien kilómetros al este de Tobruk. Dos colores, intensos, inmensos rodeaban su cabina; por encima el azul del cielo, por debajo el ocre amarillento del desierto libio.
De pronto, unas líneas negruzcas aparecieron delante de su caza y atravesaron el azul del cielo ensuciando la idílica visión de la que estaba disfrutando. Provenían del Hurricane que le precedía en la formación, el del Oficial Stone. Las líneas se fueron ensanchando hasta convertirse en nubes de humo negro que salían de los escapes en llamas mientras el aparato viraba y descendía hacia la izquierda. Pudo ver cómo Stone saltaba fuera de la cabina y se lanzaba al vacío con su paracaídas mientras su avión seguía cayendo y se convertía en una bola de fuego hasta perderlo de vista.
Miró su alrededor y observó que el resto de sus compañeros seguían manteniendo la formación como si no hubiesen advertido nada de lo ocurrido. ¿Sería la causa de una avería lo que acababa de presenciar…? Sólo pocos segundos después comprobaría que no. Una sacudida violenta le hizo mirar a su retrovisor y entonces lo vió.
La figura de un avión color arena con el morro y las puntas de las alas blancas le perseguía. Todo sucedió de una manera tan rápida que tuvo que repetir aquellos instantes vividos en su memoria numerosas veces hasta darse cuenta de lo que realmente había ocurrido. Tiró de la palanca todo lo que pudo para virar a su derecha y salir de la línea de tiro de su rival, pero a pesar de que su Hurricane era muy maniobrable no conseguía salir de su trayectoria. Otro par de maniobras evasivas más pero sin éxito, además su rival cada vez estaba más cerca… ya lo veía claramente, un Messerschmitt con su cañón de 20 mm. en el eje de la hélice y dos ametralladoras de 7, 92 mm. en la parte superior del morro. En cualquier momento esperaba ver surgir de ellos una pequeña llamarada y recibir una lluvia de metal, pero recordó que aquello le pareció alargarse más de lo esperado, como si hubiera estado jugando con él.
El humo en la cabina le hizo reaccionar de inmediato, el azul y el amarillo giraban delante de él como en un loco carrusel, cada vez más rápido. Intentando conservar la calma y la orientación, Goodwin abrió la cabina y se lanzó fuera del avión cayendo al vacío algo aturdido por el humo pero ileso al fin y al cabo. La apertura del paracaídas frenó en seco su caída libre y le proporcionó un asiento en primera fila para el espectáculo que se iba a desarrollar ante él. Rota lógicamente la formación y dispersados por parejas, los cazas británicos se diseminaron por el aire intentando localizar a su atacante, un Messerschmitt BF 109 con el nº 14 amarillo que ya estaba detrás del aparato del jefe del escuadrón, Derek Harland Ward. Este no tuvo tanta suerte como Stone y Goodwin y pereció ametrallado dentro de su Hurricane. Sólo un minuto después el Oficial piloto Woolley corrió la misma suerte fatal. Una vez en tierra, Goodwin continuó contemplando aquella refriega a la que se habían sumado otros cazas de la RAF y el resto de la escuadrilla de aquel 14 amarillo del que no podía apartar la vista. Su próxima víctima, era un Kittyhawk I del 112º escuadrón de la RAAF. Por mucho que cerrase su trayectoria para esquivar al caza alemán, éste parecía mantenerse en el aire casi entrando en pérdida y con una ráfaga corta dirigida al punto donde un instante más tarde se encontraría su adversario, acababa con él e inmediatamente picaba para, con una velocidad endiablada desaparecer de algún posible perseguidor.
Acababa, sin saberlo de asistir al derribo del avión número 100 en la cuenta del 14 amarillo, de Hans Joachim Marseille, de la leyenda llamada “La Estrella de Africa”, de Jochen para los amigos.
Todavía tuvo tiempo Goodwin de presenciar un último derribo, el Spitfire Mk IV de reconocimiento del Oficial piloto Squires. Total seis derribos, tiempo invertido, siete minutos.
Lo que la gran mayoría de los pilotos de caza no llegaban a conseguir en todo su período de servicio, Marseille lo acababa de conseguir en sólo siete minutos. Pero llegar a ese nivel de excelencia en el pilotaje y precisión en el disparo no fue un camino fácil para el joven Marseille.
Lo que mal empieza, no siempre acaba mal
Sus comienzos fueron duros, su carácter rebelde e indisciplinado le costó más de una sanción en la escuela de vuelo, que culminó cuando sus compañeros de promoción se graduaron a principios de 1940 con el empleo de Teniente, y Marseille lo hiciera más tarde, a mediados del mismo año y con el rango de Alférez.
Participó en la Batalla de Inglaterra, en el I. Jagd/Lehrgeschwader 2 (Unidad de cazas de desarrollo operacional), donde cosechó sus primeras victorias. En las primeras cinco salidas ya había abatido cuatro aviones enemigos, aunque también fue derribado y rescatado en el Canal de la Mancha; pero fue su indisciplina a la hora del combate lo que le valió que mientras el resto de los compañeros de su escuadrón fuesen ascendidos a Teniente, él continuase siendo Alférez. Había pesado más la disciplina que su habilidad como piloto de combate.
Ya con siete derribos, y a primeros de octubre de 1940 fue trasladado al 4./Jagdgeschwader 52 (Grupo de caza 52). Allí no destacó demasiado como piloto, y sí como playboy, pues aparte de destrozar cuatro aviones, se dedicó a la vida nocturna, al Jazz, – música prohibida en la Alemania del Reich – y a las mujeres. En combate continuó con su costumbre de entrar en acción rompiendo la formación, por todo ello, su comandante, Johaness Steinhoff, decidió librarse de él transfiriéndolo al Jagdgeschwader 27 (Escuadrón de caza 27) el día de Nochebuena de 1940.
Su nuevo comandante, Eduard Neumann, supo ver en él sus aptitudes innatas para el combate, y pasando por alto sus antecedentes apostó por el joven Marseille quien en prueba de gratitud quiso demostrar a Neumann que no se equivocaba con él.
Tras un breve paso del escuadrón por Yugoslavia, el 20 de abril de 1941 su unidad se trasladó a Africa, donde Marseille se incorporó un día más tarde debido a una avería de su aparato en pleno vuelo que le hizo realizar un aterrizaje forzoso. Dos días más tarde ya había derribado su primer avión y sólo dos días después fue él el derribado. Su adversario, el Segundo Teniente James Denis, de la Francia Libre, que curiosamente abatió a Marseille de nuevo escasamente un mes más tarde, aunque en esta ocasión el compañero de Denis cayó primero bajo el fuego del Messerschmitt de Marseille.
Fueron pasando los meses de verano, y si bien la cuenta de derribos de Marseille no aumentó, comenzó a desarrollar su táctica de ataque a las formaciones aliadas. Sólo la suerte le libró de ser herido mortalmente en esos intentos, bien fuese por los cazas enemigos o por el fuego antiaéreo. Su aparato no tenía tanta suerte y a menudo acababa hecho un colador, lo que empezó a exasperar a Neumann.
Marseille puso en marcha un fuerte entrenamiento físico para mejorar sus cualidades en vuelo y para soportar los efectos que las fuerzas G obran sobre los pilotos cuando realizan las maniobras en el combate, y sobre todo perfeccionó el llamado “Tiro de deflexión” en el que se convirtió en el indiscutible número uno. Habitualmente la mayoría de los cazas en el combate buscaban la cola de su adversario para desde allí dispararle buscando a su rival en una línea recta. Marseille lo hacía desde un costado, calculando mentalmente la trayectoria de sus proyectiles y el momento justo en el que su víctima se encontraría con ellos en pleno vuelo. Y no sólo era preciso en el cálculo, sino que empleaba una cantidad ínfima de proyectiles que normalmente impactaban en el morro e iban hacia atrás dañando o destruyendo el motor para acabar en la carlinga.
Poseía una extraordinaria agudeza visual y destacaba el hecho de que no utilizaba gafas de sol para que no le restase ni un ápice de su privilegiada vista. Se decía que se ejercitaba mirando al sol para entrenarse y deslumbrarse lo menos posible. Esto le hacía ser el primero en ver al enemigo, y que antes de que éste advirtiera su presencia, estar colocado en una posición ventajosa para el combate.
Además de sus excelentes cualidades innatas como piloto, practicaba constantemente nuevas acrobacias con las que sorprender en plena acción a sus rivales y sacaba el máximo rendimiento de su avión del que conocía hasta el mínimo detalle, como haría un moderno piloto de Fórmula Uno con su bólido.
Su superioridad respecto a sus compañeros de vuelo era tan grande, que si la práctica habitual era que un “as” siempre iba acompañado de otro piloto que le hacía de escolta o guardaespaldas, Marseille prefería que se mantuviese alejado y que no se entrometiese en el combate. A este piloto le apodaban burlonamente Fliegendes Zählwerk (Contador de aviones derribados), pues prácticamente a eso se reducía su tarea.
“Invicto”
El episodio descrito al principio de este artículo no fue un hecho aislado en la carrera de Marseille, unos días antes, el 3 de junio de 1942, derribó cinco aviones sudafricanos en seis minutos, el 1 de septiembre abatió diecisiete aviones en un día, de esos diecisiete, ocho los derribó en sólo diez minutos; el 15 de septiembre destruyó siete aviones de combate australianos en once minutos. Sólo en ese mes de septiembre derribó 54 aviones enemigos.
La fortuna, que indudablemente se unió a él junto con sus increíbles cualidades durante todo este tiempo, le abandonó el 30 de septiembre de 1942. Pilotaba el nuevo Messerschmitt Bf 109 G-2/ Trop con el que llevaba unos escasos cinco días, pues en un principio se había negado a dejar su 109 F-4 /Trop, dado que el nuevo modelo tenía bastantes fallos en el motor. Sólo lo hizo por imposición expresa del Mariscal Kesselring. Marseille no tenía que estar allí, debería haber asistido acompañando a Rommel a Berlín a un discurso del Führer, pero declinó la invitación alegando que hacía falta en el frente y que querría ese permiso para Navidad pues iba a aprovechar también para casarse.
Regresaba de una misión de escolta con su unidad en la que raramente y pese a la superioridad numérica incontestable de la aviación aliada por esas fechas, no habían encontrado enemigos. Su cabina comenzó a llenarse de humo proveniente del motor. Intentó llegar a las líneas alemanas, pero debido a ese esfuerzo y medio conmocionado, invirtió su avión como se hacía habitualmente para saltar de él sin percatarse de que su velocidad era excesiva, y bien la fuerza del viento, o el pronunciado ángulo de caída, quizá su debilidad física o todos estos factores a la vez, hicieron que se golpease el pecho contra la cola de su avión.
Cayó inerte, estrellándose contra el suelo. Ni siquiera tuvo tiempo o consciencia para abrir su paracaídas, al sur de Sidi Abdel Rahman, en Egipto, 30 kilómetros al este de El Alamein. Allí se apagó la Estrella de Africa y comenzó el mito de Hans Joachim Marseille. En su tumba reza el epitafio “Invicto”
Sus datos son incontestables: 388 vuelos de combate, 482 misiones en total y 158 derribos. El mayor “as” combatiendo contra los Aliados occidentales. Para hacernos una idea de la importancia de pilotos como Marseille en la campaña del Norte de África, baste decir que los pilotos alemanes reclamaron alrededor de 1.300 victorias, de ellas, 674 fueron reclamadas por sólo 15 pilotos, (la mitad aproximadamente) y los 55 pilotos con mayor número de victorias representaron 1.042 derribos* (el ochenta por ciento del total) Aunque varios historiadores han discutido sobre la veracidad de la totalidad de los derribos de Marseille, se tiene al menos constancia documental de unos 130, lo que no deja de ser un número importantísimo.
En el ranking de los máximos ases de la Luftwaffe, Marseille ocupa el puesto… nº ¡30!. Esto es debido a que la mayoría de los derribos de los pilotos que le preceden se hicieron en el frente Oriental, donde la pericia de los aviadores rusos de la época era bastante inferior a la de los pilotos aliados occidentales. Erich Hartmann es el primero de esta clasificación con 352 derribos, todos ellos en el Frente Oriental.
La figura de Marseille ha sido singular no sólo a bordo de su avión, sino fuera de él. Condecorado con la Cruz de Caballero con Hojas de Roble, Espadas y Diamantes, fue el cuarto militar alemán en recibirla de un total al final de la guerra de 27, aunque no físicamente, pues falleció antes de poder hacerlo. Fue el capitán más joven de la Luftwaffe; también recibió de manos de Mussolini la Medaglia d’Oro al valor, la más alta condecoración italiana (Rommel recibió esa misma condecoración pero en plata). Sus 22 años de vida le dieron para ser querido y admirado por el pueblo llano, respetado por sus compañeros, temido por sus enemigos y menospreciado por los altos jerarcas nazis. Artur Axmann comentó “Marseille es el modelo perfecto para la juventud alemana, hasta que abre la boca”.
La vida y vicisitudes de “Jochen” se reflejaron en la película “Der Stern von Afrika” (1957) además de en numerosas biografías y referencias sobre él en otras obras que nos hablan de su personalidad inconformista, su genio como piloto, y también de su carisma y encanto no sólo entre las mujeres sino también entre sus superiores.
“Marseille fue un virtuoso sin rival entre los pilotos de caza de la II Guerra Mundial. Sus logros han sido considerados como imposibles y tras su muerte no han sido superados por nadie». – Adolf Galland, General del arma de caza.
*Datos obtenidos del Mayor Robert Tate, de la USAF.
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La mañana del 17 de junio de 1942 jamás se borraría de los recuerdos del Sargento de vuelo Goodwin, del 73º escuadrón de la RAF.
Era aproximadamente mediodía, cuando sobrevolaba en su Hawker Hurricane Mk IIC en formación de círculo junto a otros once aparatos de su unidad la zona de Gambut, a poco menos de cien kilómetros al este de Tobruk. Dos colores, intensos, inmensos rodeaban su cabina; por encima el azul del cielo, por debajo el ocre amarillento del desierto libio.
De pronto, unas líneas negruzcas aparecieron delante de su caza y atravesaron el azul del cielo ensuciando la idílica visión de la que estaba disfrutando. Provenían del Hurricane que le precedía en la formación, el del Oficial Stone. Las líneas se fueron ensanchando hasta convertirse en nubes de humo negro que salían de los escapes en llamas mientras el aparato viraba y descendía hacia la izquierda. Pudo ver cómo Stone saltaba fuera de la cabina y se lanzaba al vacío con su paracaídas mientras su avión seguía cayendo y se convertía en una bola de fuego hasta perderlo de vista.
Miró su alrededor y observó que el resto de sus compañeros seguían manteniendo la formación como si no hubiesen advertido nada de lo ocurrido. ¿Sería la causa de una avería lo que acababa de presenciar…? Sólo pocos segundos después comprobaría que no. Una sacudida violenta le hizo mirar a su retrovisor y entonces lo vió.
La figura de un avión color arena con el morro y las puntas de las alas blancas le perseguía. Todo sucedió de una manera tan rápida que tuvo que repetir aquellos instantes vividos en su memoria numerosas veces hasta darse cuenta de lo que realmente había ocurrido. Tiró de la palanca todo lo que pudo para virar a su derecha y salir de la línea de tiro de su rival, pero a pesar de que su Hurricane era muy maniobrable no conseguía salir de su trayectoria. Otro par de maniobras evasivas más pero sin éxito, además su rival cada vez estaba más cerca… ya lo veía claramente, un Messerschmitt con su cañón de 20 mm. en el eje de la hélice y dos ametralladoras de 7, 92 mm. en la parte superior del morro. En cualquier momento esperaba ver surgir de ellos una pequeña llamarada y recibir una lluvia de metal, pero recordó que aquello le pareció alargarse más de lo esperado, como si hubiera estado jugando con él.
El humo en la cabina le hizo reaccionar de inmediato, el azul y el amarillo giraban delante de él como en un loco carrusel, cada vez más rápido. Intentando conservar la calma y la orientación, Goodwin abrió la cabina y se lanzó fuera del avión cayendo al vacío algo aturdido por el humo pero ileso al fin y al cabo. La apertura del paracaídas frenó en seco su caída libre y le proporcionó un asiento en primera fila para el espectáculo que se iba a desarrollar ante él. Rota lógicamente la formación y dispersados por parejas, los cazas británicos se diseminaron por el aire intentando localizar a su atacante, un Messerschmitt BF 109 con el nº 14 amarillo que ya estaba detrás del aparato del jefe del escuadrón, Derek Harland Ward. Este no tuvo tanta suerte como Stone y Goodwin y pereció ametrallado dentro de su Hurricane. Sólo un minuto después el Oficial piloto Woolley corrió la misma suerte fatal. Una vez en tierra, Goodwin continuó contemplando aquella refriega a la que se habían sumado otros cazas de la RAF y el resto de la escuadrilla de aquel 14 amarillo del que no podía apartar la vista. Su próxima víctima, era un Kittyhawk I del 112º escuadrón de la RAAF. Por mucho que cerrase su trayectoria para esquivar al caza alemán, éste parecía mantenerse en el aire casi entrando en pérdida y con una ráfaga corta dirigida al punto donde un instante más tarde se encontraría su adversario, acababa con él e inmediatamente picaba para, con una velocidad endiablada desaparecer de algún posible perseguidor.
Acababa, sin saberlo de asistir al derribo del avión número 100 en la cuenta del 14 amarillo, de Hans Joachim Marseille, de la leyenda llamada “La Estrella de Africa”, de Jochen para los amigos.
Todavía tuvo tiempo Goodwin de presenciar un último derribo, el Spitfire Mk IV de reconocimiento del Oficial piloto Squires. Total seis derribos, tiempo invertido, siete minutos.
Lo que la gran mayoría de los pilotos de caza no llegaban a conseguir en todo su período de servicio, Marseille lo acababa de conseguir en sólo siete minutos. Pero llegar a ese nivel de excelencia en el pilotaje y precisión en el disparo no fue un camino fácil para el joven Marseille.
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Lo que mal empieza, no siempre acaba mal
Sus comienzos fueron duros, su carácter rebelde e indisciplinado le costó más de una sanción en la escuela de vuelo, que culminó cuando sus compañeros de promoción se graduaron a principios de 1940 con el empleo de Teniente, y Marseille lo hiciera más tarde, a mediados del mismo año y con el rango de Alférez.
Participó en la Batalla de Inglaterra, en el I. Jagd/Lehrgeschwader 2 (Unidad de cazas de desarrollo operacional), donde cosechó sus primeras victorias. En las primeras cinco salidas ya había abatido cuatro aviones enemigos, aunque también fue derribado y rescatado en el Canal de la Mancha; pero fue su indisciplina a la hora del combate lo que le valió que mientras el resto de los compañeros de su escuadrón fuesen ascendidos a Teniente, él continuase siendo Alférez. Había pesado más la disciplina que su habilidad como piloto de combate.
Ya con siete derribos, y a primeros de octubre de 1940 fue trasladado al 4./Jagdgeschwader 52 (Grupo de caza 52). Allí no destacó demasiado como piloto, y sí como playboy, pues aparte de destrozar cuatro aviones, se dedicó a la vida nocturna, al Jazz, – música prohibida en la Alemania del Reich – y a las mujeres. En combate continuó con su costumbre de entrar en acción rompiendo la formación, por todo ello, su comandante, Johaness Steinhoff, decidió librarse de él transfiriéndolo al Jagdgeschwader 27 (Escuadrón de caza 27) el día de Nochebuena de 1940.
Su nuevo comandante, Eduard Neumann, supo ver en él sus aptitudes innatas para el combate, y pasando por alto sus antecedentes apostó por el joven Marseille quien en prueba de gratitud quiso demostrar a Neumann que no se equivocaba con él.
Tras un breve paso del escuadrón por Yugoslavia, el 20 de abril de 1941 su unidad se trasladó a Africa, donde Marseille se incorporó un día más tarde debido a una avería de su aparato en pleno vuelo que le hizo realizar un aterrizaje forzoso. Dos días más tarde ya había derribado su primer avión y sólo dos días después fue él el derribado. Su adversario, el Segundo Teniente James Denis, de la Francia Libre, que curiosamente abatió a Marseille de nuevo escasamente un mes más tarde, aunque en esta ocasión el compañero de Denis cayó primero bajo el fuego del Messerschmitt de Marseille.
Fueron pasando los meses de verano, y si bien la cuenta de derribos de Marseille no aumentó, comenzó a desarrollar su táctica de ataque a las formaciones aliadas. Sólo la suerte le libró de ser herido mortalmente en esos intentos, bien fuese por los cazas enemigos o por el fuego antiaéreo. Su aparato no tenía tanta suerte y a menudo acababa hecho un colador, lo que empezó a exasperar a Neumann.
Marseille puso en marcha un fuerte entrenamiento físico para mejorar sus cualidades en vuelo y para soportar los efectos que las fuerzas G obran sobre los pilotos cuando realizan las maniobras en el combate, y sobre todo perfeccionó el llamado “Tiro de deflexión” en el que se convirtió en el indiscutible número uno. Habitualmente la mayoría de los cazas en el combate buscaban la cola de su adversario para desde allí dispararle buscando a su rival en una línea recta. Marseille lo hacía desde un costado, calculando mentalmente la trayectoria de sus proyectiles y el momento justo en el que su víctima se encontraría con ellos en pleno vuelo. Y no sólo era preciso en el cálculo, sino que empleaba una cantidad ínfima de proyectiles que normalmente impactaban en el morro e iban hacia atrás dañando o destruyendo el motor para acabar en la carlinga.
Poseía una extraordinaria agudeza visual y destacaba el hecho de que no utilizaba gafas de sol para que no le restase ni un ápice de su privilegiada vista. Se decía que se ejercitaba mirando al sol para entrenarse y deslumbrarse lo menos posible. Esto le hacía ser el primero en ver al enemigo, y que antes de que éste advirtiera su presencia, estar colocado en una posición ventajosa para el combate.
Además de sus excelentes cualidades innatas como piloto, practicaba constantemente nuevas acrobacias con las que sorprender en plena acción a sus rivales y sacaba el máximo rendimiento de su avión del que conocía hasta el mínimo detalle, como haría un moderno piloto de Fórmula Uno con su bólido.
Su superioridad respecto a sus compañeros de vuelo era tan grande, que si la práctica habitual era que un “as” siempre iba acompañado de otro piloto que le hacía de escolta o guardaespaldas, Marseille prefería que se mantuviese alejado y que no se entrometiese en el combate. A este piloto le apodaban burlonamente Fliegendes Zählwerk (Contador de aviones derribados), pues prácticamente a eso se reducía su tarea.
- ooOoo -
“Invicto”
El episodio descrito al principio de este artículo no fue un hecho aislado en la carrera de Marseille, unos días antes, el 3 de junio de 1942, derribó cinco aviones sudafricanos en seis minutos, el 1 de septiembre abatió diecisiete aviones en un día, de esos diecisiete, ocho los derribó en sólo diez minutos; el 15 de septiembre destruyó siete aviones de combate australianos en once minutos. Sólo en ese mes de septiembre derribó 54 aviones enemigos.
La fortuna, que indudablemente se unió a él junto con sus increíbles cualidades durante todo este tiempo, le abandonó el 30 de septiembre de 1942. Pilotaba el nuevo Messerschmitt Bf 109 G-2/ Trop con el que llevaba unos escasos cinco días, pues en un principio se había negado a dejar su 109 F-4 /Trop, dado que el nuevo modelo tenía bastantes fallos en el motor. Sólo lo hizo por imposición expresa del Mariscal Kesselring. Marseille no tenía que estar allí, debería haber asistido acompañando a Rommel a Berlín a un discurso del Führer, pero declinó la invitación alegando que hacía falta en el frente y que querría ese permiso para Navidad pues iba a aprovechar también para casarse.
Regresaba de una misión de escolta con su unidad en la que raramente y pese a la superioridad numérica incontestable de la aviación aliada por esas fechas, no habían encontrado enemigos. Su cabina comenzó a llenarse de humo proveniente del motor. Intentó llegar a las líneas alemanas, pero debido a ese esfuerzo y medio conmocionado, invirtió su avión como se hacía habitualmente para saltar de él sin percatarse de que su velocidad era excesiva, y bien la fuerza del viento, o el pronunciado ángulo de caída, quizá su debilidad física o todos estos factores a la vez, hicieron que se golpease el pecho contra la cola de su avión.
Cayó inerte, estrellándose contra el suelo. Ni siquiera tuvo tiempo o consciencia para abrir su paracaídas, al sur de Sidi Abdel Rahman, en Egipto, 30 kilómetros al este de El Alamein. Allí se apagó la Estrella de Africa y comenzó el mito de Hans Joachim Marseille. En su tumba reza el epitafio “Invicto”
Sus datos son incontestables: 388 vuelos de combate, 482 misiones en total y 158 derribos. El mayor “as” combatiendo contra los Aliados occidentales. Para hacernos una idea de la importancia de pilotos como Marseille en la campaña del Norte de África, baste decir que los pilotos alemanes reclamaron alrededor de 1.300 victorias, de ellas, 674 fueron reclamadas por sólo 15 pilotos, (la mitad aproximadamente) y los 55 pilotos con mayor número de victorias representaron 1.042 derribos* (el ochenta por ciento del total) Aunque varios historiadores han discutido sobre la veracidad de la totalidad de los derribos de Marseille, se tiene al menos constancia documental de unos 130, lo que no deja de ser un número importantísimo.
En el ranking de los máximos ases de la Luftwaffe, Marseille ocupa el puesto… nº ¡30!. Esto es debido a que la mayoría de los derribos de los pilotos que le preceden se hicieron en el frente Oriental, donde la pericia de los aviadores rusos de la época era bastante inferior a la de los pilotos aliados occidentales. Erich Hartmann es el primero de esta clasificación con 352 derribos, todos ellos en el Frente Oriental.
La figura de Marseille ha sido singular no sólo a bordo de su avión, sino fuera de él. Condecorado con la Cruz de Caballero con Hojas de Roble, Espadas y Diamantes, fue el cuarto militar alemán en recibirla de un total al final de la guerra de 27, aunque no físicamente, pues falleció antes de poder hacerlo. Fue el capitán más joven de la Luftwaffe; también recibió de manos de Mussolini la Medaglia d’Oro al valor, la más alta condecoración italiana (Rommel recibió esa misma condecoración pero en plata). Sus 22 años de vida le dieron para ser querido y admirado por el pueblo llano, respetado por sus compañeros, temido por sus enemigos y menospreciado por los altos jerarcas nazis. Artur Axmann comentó “Marseille es el modelo perfecto para la juventud alemana, hasta que abre la boca”.
La vida y vicisitudes de “Jochen” se reflejaron en la película “Der Stern von Afrika” (1957) además de en numerosas biografías y referencias sobre él en otras obras que nos hablan de su personalidad inconformista, su genio como piloto, y también de su carisma y encanto no sólo entre las mujeres sino también entre sus superiores.
“Marseille fue un virtuoso sin rival entre los pilotos de caza de la II Guerra Mundial. Sus logros han sido considerados como imposibles y tras su muerte no han sido superados por nadie». – Adolf Galland, General del arma de caza.
*Datos obtenidos del Mayor Robert Tate, de la USAF.
- Texto: LuisMi
- Pintura de la Figura: Robert Ramírez
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